En
ambos casos, hospitalidad y hostilidad, indican un doble procedimiento que
opera de manera complementaria: ‘dar’ y ‘recibir’.
El
enemigo no necesita ser moralmente malo, ni estéticamente feo; no hace falta
que se erija en competidor económico, e incluso puede tener sus ventajas hacer
negocios con él. Simplemente es el otro, el extraño, y para determinar su
esencia basta con que sea existencialmente distinto y extraño en un sentido
particularmente intensivo.
Esta
situación tiene una tensión dentro de sí, y es la agrupación entre amigos y enemigos.
Una vez reconocida aquella situación, mejor dicho, humanitaria pretenda que
esto no debe ser así. Por consiguiente se da una frustración
Desde
la perspectiva según la cual no debe haber enemigos, la política ha de centrarse
en los medios para vencer la tensión entre una situación de enemistad y así lograr
el ideal de una humanidad unificada en la amistad, o acaso en la no enemistad.
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